Comienzos de mi adolescencia por allá en los 80's...
Si yo llego de primero al equipo de sonido, sintonizo “La W FM” para escuchar a Julio Sánchez y su corte y las noticias de actualidad. Si por el contrario es Alex quien llega de primera, entonces sintoniza a Caracol Estéreo y nos ponemos a escuchar baladas de los 80’s mientras desayunamos.
Hoy (como casi todos los días) llegó ella primero.
“En una cama de hotel,
nos sorprendió la mañana,
dos cuerpos muertos de sed
entre unas sábanas blancas”
…
“Casi dos meses después,
cuando ni tú lo esperabas,
te convencí de mi amor
casándonos de mañana”
…
“Tu me quemas
cuando me rozan tus rodillas,
tu me quemas
cuando me abrazas y me mimas,
tu me quemas
ni el agua de los mares calmará esta hoguera,
tu me quemas.
Tu me quemas
tu hierves en mi sangre al mirarte nena,
me vuelves loco y no coordino mis ideas,
no sé lo que me pasa y pierdo la cabeza
en tus brazos
tu me quemas”
La verdad es que la canción hace tiempo (pero tiempo) que no la escuchaba, y me hizo recordar aquella época en que estudiaba en el Tulio Enrique Tascón precisamente en los ochenta.
Es por eso que escribo ahora, porque quiero traer a mi memoria muchos momentos de aquellos tiempos que hoy por hoy me resultan tan nostálgicos (la nostalgia es síntoma de que ya llevo a cuestas una cierta cantidad de pasado que añoro y que este presente no me suple) y que quisiera poder tener en una película de video para colocarla en el VHS y disfrutarlos cada vez que lo deseara.
Pero no me es fácil comenzar; sobretodo porque los recuerdos están desorganizados, fragmentados en su mayoría y cronológicamente perdidos; por lo que de antemano y aunque sea transparente para el lector, ofrezco mis disculpas.
Supongo que tendré qué comenzar por establecer el inicio y el final de mi adolescencia pues no lo tengo claro. Esta será tarea ardua pues, de hecho, parte de mi infancia no termina aún. Así que decir dónde comienza el adolescente en un panorama donde existe todavía el niño y no se sabe si el adolescente terminó aún después de que existe el adulto, puede ser complicado hasta tal punto que desfallezca en el intento. Esto es algo así como tres personas distintas y un solo ente verdadero.
Todo se remonta por allá a 1983 con el primo Alexis; cuando me corregía al preguntarme cómo se llamaba el aquel entonces nuevo disco de Michael Jackson. “Thiller” decía yo y el me contestaba “Thiller no, Thriller”. Allí fue según mi concepto, el inicio exacto de mi adolescencia. Tenía 11 años entonces e ignoraba que existía otro mundo allá afuera; sabía del colegio Santa Rita de Casia (donde comenzó mi hasta hoy vigente vida estudiantil) donde cursé Kinder y Primero y mi mejor compañero era Zambrano, sabía del colegio José María Cabal donde había terminado la primaria, sabía de los compañeros de estudio (los Saldaña, Patricia Pereira con quien tuve un amor platónico, Diego Arzayus, Carlos Marcel el hijo del rector, etc.), de los profesores (el profesor Ricardo por allá en Primero que si la memoria no me engaña, quería aprovecharse de mí; el profesor Javier que fue el primero por el que sentí simpatía y el único por el que lloré cuando se fue a enseñar a otra escuela, la profesora Magnolia por quien aún hoy conservo un gran cariño y una fotografía), de programas infantiles de televisión, de los frecuentes viajes a Cali con mi papá a visitar a la mamita, de que casi todas las tardes las pasaba relativamente sólo pues mi mamá trabajaba y tenía que estar por fuera. También existía “nena” quien fue mi novia de infancia y con quien nos escondíamos tras las puertas para abrazarnos y darnos besos por encima de la ropa. Era limitado ese mundo, pero perfecto.
Por esos mismos días de 1983 creo que entré a estudiar al Politécnico el Bachillerato; jamás olvidaré el 6-5 que era en realidad el quinto grupo del sexto grado; es decir, había 6-1, 6-2, hasta 6-6 y a mí me tocó el 6-5. Allí conocí nuevos compañeros; recuerdo los rostros de algunos de ellos pero sólo el apellido de uno el cual era Palomino. Nunca lo olvidaré porque fue el primer fanático de Michael Jackson del que tuve conocimiento y además, porque era fascinante verlo bailar “Breakdance” que en aquella época estaba en furor. Claro que estaba también la niña más hermosa que había visto hasta ese momento de mi vida: Teresa María Arce (¿O era María Teresa Arce?). Ella se me volvió el primer amor de sueños; obviamente jamás supo nada y mejor así. Una de tantas tardes, haciendo tareas sobre una de las bancas del colegio, estábamos ella y yo; no sé qué impulso pasó por su cabeza que me dio un beso en el antebrazo. Aún hoy, al mirarme el sitio donde sentí el beso, la extraño. Entonces por primera vez sentí ganas de no bañarme ese brazo hasta lo que me quedara de vida.
Así lo pasé hasta 1984 ya en 7-3 que fue cuando, considero, me empezaron a pasar cosas en la vida. Allí en Séptimo grado conocí a dos nuevos compañeros: Divier Antonio Ramírez y otro de apellido Nevado (no he olvidado su nombre, lo que pasa es que creo que jamás lo supe); la vida se volvió lo mismo a lo largo de ese año lectivo: salir a la 1:00pm de estudiar, ir a la casa a almorzar y regresar a la casa de Divier para quedarme hasta las 7:00pm; qué hacíamos? estudiar? Se supone que sí pero qué va; los tres (porque Nevado estaba con nosotros) escuchábamos música, veíamos televisión, hablábamos de las muchachas del colegio, y mis cuadernos se limitaban a escuchar todo cuanto sucedía en nuestras tertulias; recuerdo bien que todos los días a eso de las 4:00pm, emitían en la televisión el video de “We are the world”; esperábamos por él para escucharlo cada día. Nevado era un gran dibujante y un apasionado de los aviones, de ahí que los dibujaba a la perfección y fue así como se generó mi gusto por estos hasta el día de hoy. Divier era bueno con el inglés; fue quien nos enseñó a Nevado y a mí que Firefox no se pronunciaba “firefox” sino “faiarfox”. Pues bien que a Nevado le debo mi amor por lo aviones y a Divier mi gusto hacia el inglés. Claro que de mi también aprendieron cosas; por ejemplo, ellos ya no están en mi vida pero estoy seguro de que si hoy, 20 años después, a alguno de ellos le preguntan quién inventó la modalidad de hacer música con la boca (como la que tocan los raperos cuando acompañan un rap: ph, ph, ph, prrrrrrrrrussssssssssh), ellos contestarán inmediatamente que yo. Porque si a mí me lo preguntan, tendré que decir que la primera persona a quien vi haciendo eso fue a mí mismo. Creo que este es uno de esos tantos miles de inventos que fue plagiado y quedó como si nada en la impunidad.
Pero tenía que dar algo a cambio gracias a tantas puertas al mundo que se me abrieron en 1984; jamás abrí mis cuadernos para estudiar en Séptimo y sucedió lo inevitable: perdí el año. Pero perder es ganar un poco (esto no lo dijo Maturana; lo adaptó de Shakespeare) y como me tocó repetir, esta vez en 7-4, las puertas no pararon de abrirse.
Conocí entonces a José Luis Rodríguez Huertas y a Diego Francisco Loaiza; buenos amigos ellos en la vida, pero eternos rivales en el deporte: José Luis era del Cali y Diego del América. Ambos regulares estudiantes, ambos excelentes deportistas. Yo no podía darme el lujo de ser regular estudiante, venía de perder un año así que coloqué todo mi empeño en sacar adelante todas las materias. Podía sí tratar de ser algo de deportista ya que hasta entonces el único deporte que había practicado fue el atletismo y eso que no en gran medida. Total que comencé a practicar el fútbol y me convencí de lo malo pero lo persistente que era para el deporte. Fue en esta época que, siguiendo las actitudes de José Luis, comencé a guardar recortes de periódico con los jugadores del Cali de aquel entonces; recuerdo que en los bolsillos de mis cuadernos tenía al “Pibe” Valderrama y a Bernardo “Qunta Quinte” Redín quienes formaban lo que entonces se llamó “la sociedad”, tenía al “Piripi” Osma, a Carlos Mario Hoyos, al “Gato” Fernández, al “Mortero” Aravena y a todos los jugadores restantes; tenía hasta al técnico Vladimir Popovich recortado cuidadosamente. Yo por supuesto era del Cali; después las cosas cambiarían. Esa también fue la “época dorada” del América con Gabriel Ochoa Uribe, entonces militaban allí Falcioni, Bataglia, Willington Ortíz, “El Tigre” Gareca y Roberto Cabañas. Era esa época en que los clásicos eran más clásicos que los de hoy, esa en que casi siempre era el América quien los ganaba y la hinchada caleña la que los sufría. No sé en qué momento fue que decidí no ser más del Cali; de hecho, creo que nunca fui del Cali de corazón. Pasaba era que mi papá toda la vida ha sido del Cali y yo, niño aún, me crié con esa directriz; pero llegó un día cualquiera la razón y me dije, no me gusta el Cali, me gusta el América y me cambié. No me importó lo “voltiarepas” que pudiera parecer, me interesaba seguir haciendo fuerza por el equipo que realmente quería y así lo he hecho hasta hoy.
Pero vuelvo al tema, en ese grupo de amigos estaba Edinson Zambrano también, hermano de Mauricio con quien había yo estudiado por allá en Kinder y Primero de primaria; ambos eran más que simples compañeros de estudio pues mi mamá y la de ellos, Doña Lida, eran amigas y por lo tanto se visitaban entre sí. Edinson era muy buen estudiante pero tenía un carácter de los mil demonios; sin embargo, nos llevábamos muy bien. Estaba Vicky; la niña de ojos verdes con quien si crucé dos o tres palabras fue mucho pues era demasiado seria; claro que hubiera sido la candidata perfecta para haber sido mi primera novia; lástima que no haya sido así.
Pasó ese año y con él el cambio a 8-3. Ese fue un año realmente bueno; allí tendí amistades perdurables hasta hoy como la de Juan Carlos Carmona y Diego Holguín. Allí me hice a una hermana con Aura Derly Rojas, estaban también Jorge Henao, Carlos Humberto Feria, Juan Carlos Mejía, Oscar Aquiles López, María Ligia Ramírez, varios más.
Y también estaba Yamileth Muñoz García.
Mi primera novia oficial, la primera a la que le di un beso como realmente se dan los besos, la primera que me dejó y por la primera que lloré. El primer amor es impactante y por eso inolvidable. Como nunca olvidaré la forma en que nos tratábamos antes de ser novios; ella era de esas niñas calladas y tranquilas; de esas que poco hablan y que casi pasaban inadvertidas para todos. Cuando me dirigía ocasionalmente a ella, le decía “Muñoz” pues no recordaba su nombre. Ella siempre contestaba sonriéndome “No me diga Muñoz”; pero yo insistía.
Siempre los dos últimos meses de clases traían algo bueno y era que las clases de Educación Física eran de natación y todos los viernes nos íbamos para piscina. Ya las niñas de nuestra edad empezaban a “crecer femeninamente” y a volverse atractivas a nuestros ojos; por eso para todos fue una gran (y grata) sorpresa el ver a Yamileth en vestido de baño. Ya no fue más la niña que pasaba inadvertida porque, aunque ella seguía igual de callada, todos los hombres la (ad)miraban. No fue así para mí pues por esos días mi mamá me trataba una Bronconeumonía tenaz que no me permitió ir los dos primeros viernes a clases y sólo me llegaban algunos comentarios del día lunes.
“Muñoz” seguía insistiéndome que no la llamara así pero ya nada que aprendía; así que ese se nos volvió un exclusivo juego. Hasta que el tercer viernes ya fui a clase de Educación Física y vi lo que nunca había visto hasta entonces en mi corta vida: una mujer a la que amar. Esa sensación de sentirse enamorado de repente era nueva para mí. Pero esa timidez de entonces (que hoy es aún mayor), no me dejó hacer nada al respecto; y a falta de valentía para decirle que me encantaba el cuerpo que tenía, que me parecía totalmente hermosa y que me gustaba lo callada que era, mi única arma; mejor dicho, mi única esperanza, era conquistarla al seguir jugando con ella a decirle “Muñoz” y que ella me siguiera contestando “No me diga Muñoz”.
Faltando ya pocos días para terminar el curso, el juego era cada vez más evidente; me imagino que en mi rostro se notaba mi complacencia al hablarle y supongo que ella lo notaría. Allí reivindico que soy un eterno inocente, pues jamás pensé que ella se fijaría en mí y de hecho jamás sentí interés de su parte en tener algo conmigo. Hasta un día que hablábamos del final de las clases y ella me dijo “Qué me va a dar de despedida”; juro que no pasó un mal pensamiento por mi cabeza y menos aprovecharme de la situación, le dije “No sé, vamos a ver”. Al día siguiente fue igual y creo que así pasaron dos o tres días más. Ya el último día de clases me dijo “Qué me va a dar de recuerdo” y yo “No sé, qué quiere”. No recuerdo pero estoy seguro, conociéndome como me conozco, que yo estaba pensando ya en comprar alguna chocolatina o algo así para regalarle. Rato después, y creo que al ver mi supuesta indecisión (que en realidad era inexperiencia), ella me dijo “Ya sé lo que quiero que me de”. Guiñé la nariz como diciendo “Qué” y leí en sus labios porque no lo dijo en voz alta “Un beso”. Ese día nos hicimos novios y tuve algunos de los días más felices de mi vida.
“Yo creía que me había enamorado de ti…
…ahora tengo la seguridad total”
Fue un romance corto, creo que de tres o cuatro meses; los pormenores de porqué después sufrí no los quiero recordar; pero basta con decir que cuando escuchaba “Aquí estás otra vez” y “No hace falta decirlo” de Franco De vita, lloraba hasta morir sintiéndola ya apartada de mí.
Pero de nuevo, perder es ganar un poco y mi agenda sentimental empezó a moverse desde entonces. Fue una gran época aquella en que lo más importante era poder darle un beso a una mujer, una etapa en que mi inocencia todavía era blanca del todo a pesar del entorno, y gracias a mi incapacidad de leer los pensamientos y las intenciones de los demás.
Es por eso que esta mañana al escuchar “Tu me quemas”, llegaron mil recuerdos a mi memoria.
De ser siempre así, será mejor que nunca más en las mañanas me apure y deje que siempre Alex llegue de primera al equipo de sonido.
Qué será de la vida de YMG?
Peter P@n